Comentaba Santiago Álvarez de Mon, profesor del IESE, en su libro «Desde la Adversidad», que el liderazgo es en esencia una cuestión de carácter, más que de un conjunto de competencias adquiridas en el trabajo, o de ciertos hábitos de pensamiento que nos hacen ser inteligentes, o al menos aparentarlo ante los demás.

Lo anterior lleva a preguntarnos qué es el carácter en la persona humana, y por qué es tan importante para el crecimiento de la misma. Se puede definir el carácter, desde una perspectiva psicológica, como aquella parte de la personalidad que la vida nos va imprimiendo en nuestra forma de ser y de actuar, y que es la marca que se va forjando en nuestra personalidad única. El carácter es lo que nos va quedando de esas experiencias por las que vale la pena vivir, es esa huella o marca, que la etimología griega de la palabra nos recuerda.

Desde una perspectiva ética, el carácter es el conjunto de aquellas virtudes y disposiciones que nos llevar a comportarnos de acuerdo a los más altos estándares de comportamiento para alcanzar el bien, es decir, a la excelencia moral. Aristóteles decía que existe gente buena en el mundo, y que ésta muestra dos tipos de excelencia, excelencia de pensamiento y excelencia de carácter (êthikai aretai). Es a esta excelencia de carácter, a la que usualmente nos referimos como virtud moral o excelencia moral. De este modo, cuando hablamos de la virtud moral o de la excelencia de carácter, nos referimos a aquella cualidad que distingue al hombre que la posee, y que lo hace ante los demás éticamente admirable por ser la persona que es.

Aunque existen muchas definiciones y conceptos del carácter, la mayoría de los autores coinciden en que éste se adquiere, principalmente llevado una vida virtuosa.

El carácter atrae y se convierte en causa ejemplar para la conducta de los demás. Por esto considero que es la fuente, el origen del liderazgo. Gran parte del complejo fenómeno del liderazgo se puede explicar por el carácter del líder, cuyo modelo y carisma actúa sobre sus seguidores, transformándolos para bien.

Por lo tanto, formar líderes equivale a desarrollar el carácter de ellos. Aquí viene una buena noticia, siendo el carácter algo que se va adquiriendo, que se va haciendo en el transcurso de la existencia, los líderes se hacen más que nacen, porque las personas no nacen con un carácter predeterminado, sino que se lo van haciendo ellas mismas en el transcurso de sus vidas.

Gran parte del carácter se puede ver como la incorporación al ser de la persona, de aquellos hábitos positivos y permanentes que nos posibilitan una acción exitosa, leáse competencias, y que son un componente del liderazgo. Pero éste no es más que el componente externo, aquel que puede ser observado desde fuera. Sin embargo, el componente interno, que no se ve, existe en el interior de los líderes, y cuesta un poco más conocerlo, aunque no de manera directa.

Me parece que en ese nivel interior del líder está un sistema de creencias, valores y virtudes morales que constutuyen el fundamento de un auténtico liderazgo.

Todo líder debiera mostrar un carácter cimentado en las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, y en valores esenciales tales como la integridad, la compasión, la generosidad, el sacrificio, la amistad, la magnanidad y otros tantos, por mencionar algunos. Este conjunto de virtudes y valores se dan en la persona, no forma aislada o independiente, sino como racimos, o conjuntos interrelacionados, que forman todo un sistema de virtudes. Para cada persona este sistema único, y se puede comprender conociendo la historia de su vida.

A la cabeza de este sistema se encuentra una virtud fundamental, que forma parte de la prudencia, y que es la permite a un dirigente el correcto gobierno de la organización a su cargo. Aristóteles llamaba a esta virtud «phrœnesis» o sabiduría práctica, la cual es necesaria para vivir la «vida buena», que no la «buena vida», y así alcanzar la felicidad del «bien ser», que está por encima del «bien estar». Si Aristóteles llamaba a la prudencia la reina de todas las virtudes, la phrœnesis vendría a ser la princesa entre ellas, esencial para quien es responsable de la conducción de otras personas.

Actualmente, en varias escuelas de negocios de gran en Reino Unido y Europa están redescubriendo este hábito aristotélico de la phroenesis como cualidad fundamental de la gerencia, tanto para la acertada toma de decisiones, como para la puesta en práctica de la esas decisiones, mediante el mando de personas y el liderazgo. Carlos Llano estaría muy complacido por haberse adelantado medio siglo a su época cuando afirmaba, desde los incios de IPADE, que que la dirección era un saber prudencial.

Estas reflexiones nos llevarían a la cuestión de fondo de ¿cómo se pueden desarrollar la sabiduría práctica, y los demás valores y virtudes para una buena dirección de personas? Así como a plantearnos las siguientes preguntas: ¿cualquier persona puede adquirir estos valores virtudes? ¿qué supondría de parte de él o ella para adquirlos? ¿se pueden realizar mediciones para revisar avances y proponerse metas cada vez más altas? ¿qué obstáculos habría que superar?

Preguntas que invitan a la reflexión para adentrarnos más en este apasionante tema.

 Escrito por:  Ing. Ricardo Natera Ramírez

Académicamente cuenta con una Ingeniería Civil por la Universidad Autónoma de Guadalajara, Maestría en Dirección de Empresas por el IPADE, Programa Master La Sociedad de la Información y el Conocimiento en la Universitat Oberta de Catalunya. Actualmente, cursa el Doctorado en Administración de Empresas en la Universidad de Liverpool, Reino Unido.

En su experiencia profesional, ha sido Ingeniero Supervisor en Planeación y Presupuesto en el Departamento de Obras Públicas del estado de Jalisco, Gerente Administrativo en varias constructoras, Director General de INDEPO y Director de Desarrollo Académicos en PROCEO, A.C. Actualmente, es Profesor en Área Comercial y Administración en ICAMI y Director de Investigación y Desarrollo Académico en el Sistema Nacional de ICAMI