En 1958 la Unesco definió como analfabeta a la persona que no sabía leer o escribir algo simple. La Secretaría de Educación Pública de México lo describe como la persona que no sabe leer y escribir. Pero tiene un significado más amplio al ser asociado con la exclusión y marginación que se traduce en desigualdad social y va en contra de la capacidad de adaptación al mundo laboral, en consecuencia, del propio desarrollo del individuo.

Por muchos años los Gobiernos de este país han tratado de erradicar este mal porque es un término asociado a la prosperidad o a la pobreza de una nación al ser obstáculo para el crecimiento científico y tecnológico. El censo 2010 nos muestra que en cuarenta años se bajó la tasa de personas analfabetas: del 25.8% en 1970 al 7.6% en el año anterior.

En un segundo grado se clasifica al Analfabeta Funcional. La UNESCO define este término como “personas mayores de 15 años o más que, más allá que tenga la capacidad de leer y escribir, no ha cubierto cuatro años de educación básica o ha abandonado el sistema educativo”. Si hacemos algunos cálculos tenemos entonces que, sumando estos dos términos, la cifra de mexicanos en estas categorías está cercana a los 33 millones.

Todo esto está muy lejos de la visión que tenía José Vasconcelos, primer titular de la Secretaría de Educación Pública hace más de 90 años, cuya preocupación por fomentar la lectura entre la población mexicana derivó en la ejecución uno de los proyectos bibliotecarios más extensos e importantes que se hayan realizado en la historia de México.

En México, los habitantes de 15 años y más tienen 8.6 grados de escolaridad en promedio, lo que significa un poco más del segundo año de secundaria (SEP). Guillermo Sheridan afirma que “hay 8.8 millones de mexicanos que han realizado estudios superiores o de posgrado, pero el 18% de ellos (1.6 millones) nunca ha puesto pie en una librería”. En su estudio denominado “Principales indicadores de la ciencia y la tecnología 2009”, la OCDE señala que en los años recientes México ratificó su posición como último lugar entre los miembros del organismo en materia de capacidad de inventiva, pues presenta el nivel más bajo de patentes de desarrollo científico y es el que menos invierte en ciencia y tecnología, así como el que tiene el menor número de personas dedicadas a ambas actividades.

¿Seguimos?

Nicholas Carr, en su texto, ¿Nos está convirtiendo Google en estúpidos?, señala “gracias a la ubicuidad del texto en Internet, sin dejar de lado el envío de mensajes a través de teléfonos celulares, seguramente estamos leyendo más hoy de lo que lo hacíamos en los 70 o los 80, cuando la televisión era nuestro medio de elección. Pero se trata de un tipo diferente de lectura, y detrás de ella se encuentra una forma distinta de pensamiento…” Preocupa que el estilo de lectura promovido en la red, estilo que coloca a la ‘eficiencia’ y ‘la inmediatez’ por sobre todas las cosas, podría estar debilitando nuestra capacidad para el tipo de lectura profunda que surgió cuando una tecnología anterior, la imprenta, hizo de los largos y complejos trabajos de prosa un lugar común.

¿Preocupa todo lo anterior en los niveles de dirección?

No es una asignatura pendiente que tenga que cubrir las empresas pero sí prestar atención. ¿Cuántas personas que están dentro de la estadística anterior forman parte de mi organización o de nuestros cuadros directivos?. Lo anterior repercute en estilos de mando, comunicación efectiva, liderazgo, creatividad, toma de decisiones, entre otras competencias, y por consiguiente, en la misma cultura de la empresa.

Es importante cumplir con los objetivos con trabajo arduo y efectivo pero, cuando consideremos el renglón de Capital Humano en el presupuesto del siguiente año, busquemos las mejores alternativas que apoyen a subsanar el grave problema del analfabetismo funcional dentro de la organización. “Somos lo que leemos”

 

Escrito por: Rafael Hinojosa Rojo

Rafael Hinojosa Rojo es Licenciado en Ciencias de la Educación por la Universidad Autónoma de Sinaloa y Máster en Educación con acentuación en Asesoramiento Educativo-Familiar por el Centro Universitario Villanueva de Madrid, España. También tiene un diplomado en Entrenamiento en Coaching por el Instituto Argentino de la Empresa y es Diplomado en Administración de Empresas por el Instituto Politécnico Nacional.

Ha sido Presidente de Jóvenes Empresarios de CANACO, Culiacán y Secretario de CANACO, Culiacán. Colabora en la columna Desde ICAMI que se publica en el periódico Noroeste y actualmente se desempeña como Administrador de Negocio inmobiliario Regional. Además en ICAMI Sede Culiacán es el Coordinador General y Académico y Profesor en el área de Factor Humano y Cultura Organizacional.