Un día por la mañana escuché en las noticias que en México ha ido en aumento y es preocupante el número de adolescentes embarazadas, después, narran la historia de una de ellas, de cómo siendo aún niña y estudiante se enfrenta a “un cambio drástico” en su vida.  También en el periódico relatan la dramática historia de un niño de 12 años golpeado en su escuela por cuatro compañeros ante la mirada indiferente de una de sus maestras.  ¿Qué está pasando en nuestra sociedad? Es algo que ocurre ya con tanta regularidad, que ¿debamos ya acostumbrarnos y tomarlo como algo que “simplemente pasa”, porque los tiempos han cambiado, o por cualquier otra irracional razón?

Sí, los tiempos han cambiado, pero las personas seguimos siendo las mismas, el blanco sigue siendo blanco y el negro sigue y seguirá siendo negro; no podemos ni debemos permitir que este tipo de sucesos se conviertan en ordinarios y restarles importancia, pero lo más necesario, y lo que nos compete a todos, es encontrar una verdadera solución, no la solución que nos vende la ciencia, en el caso de los anticonceptivos para evitar embarazos no deseados en adolescentes; tampoco a una campaña antibullying promovida por el gobierno u otras instituciones que no va más allá del verdadero problema.

¿Nos hemos detenido a pensar en lo que de fondo origina estos comportamientos?

Me permito intentarlo…

Hemos dejado a Dios afuera de la mayor parte de nuestras actividades cotidianas, no le permitimos entrar a la escuela con los niños y jóvenes, no tiene cabida en el trabajo, en las conversaciones de amigos, etc., en pocas palabras no hay lugar para Él prácticamente en ningún ámbito de la vida de las personas; es este laicismo extremo que nos ha llevado a vivir una doble vida, dejando a un lado los principios morales más elementales de nuestra existencia como personas humanas.

¿Por qué menciono a Dios? ¿Por qué su ausencia forzada es la raíz de estos y muchísimos otros problemas? Parafraseo a Aristóteles: “El hombre es un ser religioso por naturaleza”, es decir, necesita creer en algo superior a él,  tener la firme seguridad que hay algo más grande que él mismo, alguien en quien depositar su fe y esperanza.  Cuando el hombre decide dejar de creer, cae en una desesperanza y apatía que tendrá graves consecuencias como las que estamos viviendo.

Al desconocer el hombre la existencia de Dios, también está desconociendo los principios morales que trae consigo la religión y la misma naturaleza humana, desconoce también lo que significa la dignidad de la persona, es decir, el valor que tiene cada persona por el simple hecho de existir, y aún más por ser hijo(a) de Dios.

No se trata de ser un religioso empedernido, se trata (aunque suene muy simple) de entender y hacer nuestra la Verdad (con mayúscula), la verdad que nos dice que hay un Dios que nos otorga nuestra dignidad, una verdad que nos dice que debemos amar y respetar a nuestro prójimo, respetar nuestro cuerpo, valorar el trabajo, esfuerzo y sacrificio, incluso hasta el dolor y sufrimiento, sin buscar solamente los bienes materiales que llevan al hombre a olvidarse de lo que verdaderamente es importante y buscar la felicidad en donde no la encontrará jamás.

Cuando ya hemos decidido que lo importante de la vida es buscar el placer por el placer (hedonismo), lo que vendrá será lo que ya conocemos: embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual, pornografía, pedofilia, etc.

Cuando dejamos de ver a Dios en las demás personas y en nosotros mismos, será tan sencillo pasar por encima de ellos, por ejemplo: violencia familiar, robos, asesinatos, violencia escolar, corrupción, etc.

Entiendo que hoy es cada vez más difícil defender los valores humanos, pero acaso ¿no vale la pena? Vale la pena hacer nuestro y defender aquello que el mismo Jesucristo nos enseñó, vale la pena luchar por lo que realmente importa: la Persona humana, tú, yo, la familia, los compañeros de trabajo, alumnos, desconocidos, ¡todos!.

La solución no es hacer campañas preventivas de embarazos o bullying, la solución es enseñar a las personas a pensar, a reflexionar, a entender lo que es Bueno y Verdadero; al principio costará mucho y parecerá que el esfuerzo es en vano, pero sembraremos la semilla de algo que puede llegar a ser muy grande, y sus frutos serán aún mayores.

Dejemos entrar de nuevo a Dios en las pequeñas cosas, y Él actuará maravillas en las grandes; no podemos rendirnos y perder la fe en el hombre, porque en cada uno está Él.

Escrito por:  Elsa Sepúlveda

Contador público. Cuenta con una Maestría en antropología y ética por el CPH, y Maestría en estudios humanísticos por el CPH. Actualmente es Profesora de ICAMI en Factor Humano y Ética en Región Norte.