
Escrito por: Jorge Manzano Arias
Lic. En pedagogía por la Universidad Panamericana de Guadalajara. Programa D1 y ADEA en IPADE. En su experiencia profesional es socio fundador de Empaques Mundiales Flexibles y Mi Auto Automotriz. Se ha desempeñado como Gerente de ventas en Barmic Motors Nissan, Plan 200 Autofinanciamiento, Calyser Plastica y XPEDX. Actualmente es Director Comercial de ICAMI Región Occidente y Profesor de ICAMI en áreas de Comercialización y Factor Humano.
La búsqueda del sentido de la vida ha sido un tema central en la filosofía, la psicología, la religión y la literatura a lo largo de la historia humana. Autores como Viktor Frankl, en su obra El hombre en busca de sentido, nos muestran que el propósito de vivir no está dado por las circunstancias externas, sino que es una construcción interna, una decisión personal ante las adversidades de la vida. Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, argumentó que incluso en las condiciones más extremas, como las que vivió en los campos de concentración, la búsqueda de un sentido fue lo que permitió a muchos sobrevivir. Esto nos lleva a reflexionar sobre una verdad fundamental: vivimos por y para algo más grande que lo material o lo económico. El verdadero propósito de la vida está relacionado con nuestro ser interno, con las acciones que realizamos y con nuestra capacidad de servir a los demás.
El propósito detrás de nuestra existencia
El ser humano no está aquí por casualidad ni por accidente. Existimos con un propósito pensado desde siempre. Desde una perspectiva filosófica, Aristóteles afirmaba que el fin último del ser humano es alcanzar la eudaimonía, un estado de plenitud, bienestar y satisfacción que se logra al vivir una vida virtuosa. Para Aristóteles, el sentido de la vida se encuentra en alcanzar el máximo potencial humano a través de la virtud, lo que requiere autoconocimiento, equilibrio y acción moral.
Desde la perspectiva cristiana, Dios pensó al hombre con un propósito divino. La idea de que somos creados con un fin específico está profundamente arraigada en las enseñanzas cristianas, que nos llaman a reconocer que nuestra vida tiene un sentido más allá de nuestra existencia temporal. Según esta doctrina, cada ser humano tiene un plan divino que debe descubrir y cumplir a lo largo de su vida. Este propósito no solo tiene que ver con el bienestar individual, sino con el servicio a los demás y la construcción de una sociedad más justa, amorosa y solidaria. En este sentido, nuestra existencia cobra un significado más profundo: estamos aquí para servir y amar, no solo para existir.
Jerarquía de valores y la ponderación de la vida
Entender que vivimos por un propósito requiere reconocer la existencia de valores jerárquicos que dan sentido a nuestra vida. Estos valores son fundamentales para dirigir nuestras acciones y decisiones:
- Valores espirituales: La relación con lo divino, el propósito trascendental de la vida y la conexión con algo superior. Este valor abarca la fe, la esperanza y el amor hacia Dios y hacia los demás.
- Valores familiares: La familia es la primera escuela de valores. El respeto, el amor, la responsabilidad y el compromiso con los padres, hermanos, hijos y demás miembros de la familia deben ser prioridades en la vida de cada individuo.
- Valores éticos y morales: La integridad, la honestidad, la justicia y el respeto por la dignidad humana son pilares que permiten a la persona vivir con propósito y coherencia. Estos valores guían nuestras decisiones y cómo interactuamos con el mundo.
- Valores sociales: El servicio al prójimo, la solidaridad y la responsabilidad social. El verdadero propósito de nuestra vida no solo se cumple cuando buscamos nuestro propio bienestar, sino cuando ayudamos a los demás, actuando como agentes de cambio positivo en la sociedad.
- Valores personales y profesionales: El crecimiento personal, el aprendizaje continuo, la búsqueda del bienestar físico y mental, y la realización profesional. Sin embargo, estos valores deben ser ponderados correctamente para no anteponer lo material por encima de lo que realmente importa.
Ponderar adecuadamente estos valores es fundamental para no caer en el error de creer que la vida solo tiene sentido si alcanzamos el éxito económico o profesional. La verdadera satisfacción y el sentido de la vida provienen de vivir de acuerdo con nuestros valores más elevados, aquellos que nos conectan con los demás y con un propósito más grande.
La responsabilidad de servir a los demás
Uno de los aspectos más relevantes de la existencia humana es reconocer que nuestra vida tiene un propósito de servicio. En la tradición cristiana, como en muchas otras filosofías de vida, el concepto de servicio es central. Jesús enseñó que «el que quiera ser grande entre ustedes, debe ser su servidor». Esta idea de servicio es clave no solo en el ámbito religioso, sino también en la vida cotidiana. Servir a los demás, ya sea a través del trabajo, la familia o la comunidad, nos da un propósito claro. Nuestro papel no es solo alcanzar nuestras propias metas, sino también ayudar a otros a alcanzar las suyas, siendo ejemplo de amor, compasión y empatía.
En la familia, debemos ser ejemplos de vida para nuestros padres, hermanos, hijos y pareja, cultivando relaciones basadas en el respeto, el amor y el compromiso. En la sociedad, debemos actuar como modelos a seguir, mostrando con nuestras acciones que la vida tiene un propósito más allá de los intereses personales. En cada uno de estos contextos, el sentido de nuestra vida se encuentra en nuestra capacidad de servir y ser útiles a los demás.
Los beneficios de encontrar el sentido de la vida
Cuando logramos encontrar y comprender el propósito de nuestra vida, experimentamos una mayor satisfacción y bienestar. Los beneficios de encontrar este sentido son innumerables:
- Mayor resiliencia: Las adversidades se enfrentan de manera más efectiva cuando tenemos un propósito claro.
- Sentimiento de autorrealización: Vivir de acuerdo con nuestro propósito nos permite sentir que estamos cumpliendo nuestra misión en la vida.
- Mejores relaciones personales: Al vivir con propósito, nuestras relaciones se enriquecen, alineándose con valores que promueven el bienestar de los demás.
- Impacto positivo en la sociedad: Una vida con propósito contribuye a la creación de una sociedad más justa y solidaria.
- Paz interior y equilibrio: Vivir con un sentido claro nos proporciona paz interior, al entender que nuestras acciones tienen un fin trascendental.
Conclusión
La vida no es un accidente ni un mero juego de azar. Vivimos por y para algo más grande que nosotros mismos, y encontrar ese propósito es esencial para vivir una vida plena y significativa. Nuestro propósito se encuentra en el servicio a los demás, en la dedicación a la familia, en vivir de acuerdo con nuestros valores más elevados y en reconocer que estamos aquí con un propósito divino. Encontrar el sentido de nuestra vida no solo nos da dirección, sino que también transforma nuestra forma de relacionarnos con los demás y nuestra capacidad para ser verdaderos agentes de cambio. Vivir con propósito es vivir con claridad, paz y autenticidad.