Me estoy refiriendo al significado de competencia como al conjunto de comportamientos habituales y observables en una persona que le permiten tener éxito en una actividad o profesión. Ya han pasado más de tres décadas desde que David McClelland y Richard Boyatzis popularizaron el concepto de competencia, especialmente en el ámbito de la empresa y de la dirección de personas. Sin embargo, es conveniente recordar que aunque el término ha sido de mucha utilidad en la práctica, principalmente para las tareas de la función de personal en las organizaciones, el concepto de competencia tiene limitaciones importantes derivadas de su propia definición.
En primer lugar, la palabra competencia no pretende describir a la totalidad de las acciones del ser humano, la competencia se refiere solamente a un comportamiento externo, y por lo tanto, observable, susceptible de comparación y medición. Un observador puede percibirlo y describirlo, ofrecer retroalimentación acerca de éste, y dar su opinión tan sólo, es decir, su interpretación personal de lo que está percibiendo. Tanto las percepciones como las interpretaciones, son subjetivas, y difieren, en menor o mayor medida de la realidad. La percepción no es la realidad. Una buena parte de nuestra realidad personal no se manifiesta en lo exterior. El mundo de nuestras intenciones, motivaciones y creencias más profundas, no siempre está disponible para ser percibido por los demás. Más aun, ni siquiera está totalmente visible a nosotros mismos. El concepto de competencia es ajeno a esta riqueza interior de la persona. Esto es así porque su propia definición lo limita. Por ejemplo, imaginemos el caso de un artista trabajando en la creación de una obra, como un pintor en su estudio.
Ahora imaginemos a un observador que lo percibe trabajando, suponiendo el rarísimo caso que el artista se lo permitiera. El observador podría ver al pintor en acción, podría apreciar su manejo del pincel y la paleta, la precisión de sus trazos y hasta sus expresiones faciales. Pero nunca será capaz de captar la esencia de su proceso creador. Únicamente podrá ser capaz de valorar plenamente el talento del artista cuando vea su obra terminada. Por eso creo que a los pintores no les gusta que los vean trabajar, como a muchos otros artistas. Se le escapa al observador lo más importante, como decía Saint-Exupéry, «lo esencial es invisible a los ojos». El término competencia se refiere a lo que únicamente es «visible a los ojos».
Otra limitación de la competencia es que describe un comportamiento que ya se ha transformado en hábito, pero es un comportamiento presente, en el momento actual. La competencia no nos permite ver lo que una persona puede llegar a ser, no nos permite ver el potencial. En un entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo, lo importante no es determinar si los candidatos a un puesto son capaces de cubrir actualmente el perfil, como nos diría la adecuación a un modelo de competencias, sino si éstos tienen el potencial de cubrirlo en el futuro, cosa que las competencias no nos pueden decir.
Otro tema es de los talentos naturales o aptitudes innatas, las cuales no son susceptibles de desarrollarse, pues nos han sido dados, y por tanto, al no ser hábitos, no son propiamente competencias. En esta ocasión deseo comentar sobre un talento directivo muy valorado en la actualidad, que los angloparlantes llaman «insight». Es una palabra que la podríamos traducir como «comprensión profunda, perspicacia o sagacidad». La perspicacia y la sagacidad hacen referencia a la capacidad propia de una persona ingeniosa, de mente aguda, lúcida y penetrante, que es capaz de ver más adentro en una situación o problema, y de actuar en consecuencia.
Carlos Llano nos recordaba que el método del caso es particularmente apto para las personas sagaces. La sagacidad es parte de la virtud de la prudencia, la reina de las virtudes de la dirección, o competencias directivas, si se les quiere llamar así. La perspicacia o sagacidad está vinculada a la capacidad de descubrir cosas que están ocultas o de comprender situaciones que, en principio, parecen muy confusas. Está relacionada con la intuición y la capacidad de conocer de manera espontánea. Aquí la pregunta a plantear sería: ¿es la sagacidad un hábito susceptible de desarrollarse por cualquier persona, o es más bien un don o talento natural que sólo algunos poseen? Y Si fuese un hábito ¿cómo podría desarrollarse este hábito?, y más aún, ¿cómo sería posible medir su crecimiento en una persona, al no ser observable externamente? Aquí, debemos reconocer que el concepto de competencia, visto antropológicamente, nos queda corto.
Académicamente cuenta con una Ingeniería Civil por la Universidad Autónoma de Guadalajara, Maestría en Dirección de Empresas por el IPADE, Programa Master La Sociedad de la Información y el Conocimiento en la Universitat Oberta de Catalunya. Actualmente, cursa el Doctorado en Administración de Empresas en la Universidad de Liverpool, Reino Unido.
En su experiencia profesional, ha sido Ingeniero Supervisor en Planeación y Presupuesto en el Departamento de Obras Públicas del estado de Jalisco, Gerente Administrativo en varias constructoras, Director General de INDEPO y Director de Desarrollo Académicos en PROCEO, A.C. Actualmente, es Profesor en Área Comercial y Administración en ICAMI y Director de Investigación y Desarrollo Académico en el Sistema Nacional de ICAMI